Fuenlabrada de los Montes es el pueblo de los apicultores, pero cuesta ver colmenas. En este límite de la Siberia
de 1.200 habitantes viven más de 300 abejeros trashumantes que tienen
más de 220.000 cajas repartidas toda España, más de un tercio de todo el
sector regional (560.000).
El pueblo comparte una forma de vida. Todo está enfocado a las abejas,
desde los columpios del parque hasta las tres estatuas de homenaje en
la calle o la carpintería de Elena, donde se cortan más de mil colmenas
cada año. En este modelo económico monocolor hay dos epicentros bien
diferenciados. El polígono industrial y la cooperativa Montemiel. El
primero es una sucesión de naves con carteles de la Junta en su mayoría
en la que se lee el nombre y los dos apellidos de la persona que se ha
beneficiado de la ayuda pública para el fomento del empleo agrícola.
Todo apicultor trashumante necesita, como mínimo, un camión con grúa y
una furgonet a tipo 'pick up' para mover a las abejas de una finca a
otra por toda España buscando la mejor floración.
Hay quien inverna en los Llanos de Cáceres, pasa por los naranjos de
Huelva para terminar en los frutales de las vegas del Guadiana. O al
revés, quien parte del girasol de Sevilla y termina en el de Cuenca. Se
repite el perfil del profesional de vive por completo de producir miel y
que ha elegido un oficio de tradición familiar. Estudiar un buen sitio
de floración según la época del año, luchar contra la verroa destructor
que mata a los insectos, evitar el despoblamiento por el calor o reparar
y poner a punto las colmenas cada otoño no se aprende en un par de año.
Las exigencias de esta profesión las pone sobre la mesa José Antonio
Babiano, apicultor de segunda generación, veterinario, secretario de la
cooperativa Montemiel y presidente de la sectorial de apicultura en
Cooperativas Agroalimentarias de Extremadura. Con esta nómina de cargos y
cinco minutos de conversación basta para comprobar que se trata de una
voz autorizada en el sector. «En Fuenlabrada, desde el inicio, el que
entra en el sector lo hace como profesional, con 300 o 400 colmenas como
mínimo».
Su alegato es una defensa clara de un modo de vida que se ve ahora
amenazado por apicultores no profesionales que, atraídos por las ayudas
europeas de incorporación, se acercan de forma casi amateur, con pocas
colmenas que se complementa con otra actividad principal.
El efecto llamada de los últimos años han colocado a Extremadura como
líder nacional en número de colmenas, superando a Andalucía,
tradicional motor apícola. «Ahora mismo hay una sobreexplotación y el
reto es frenar este crecimiento para no dañar más a los profesionales»,
advierte.
La apicultura soportó bien la crisis, con buenas cosechas y el kilo
de miel rondando los cuatro euros en los últimas campañas. Si a esto se
une los planes de mejoras y las ayudas públicas, por eso se explica que
solo en este año se hayan creado 60.000 colmenas más en Extremadura. En
un sector acostumbrado a las cuatro o cinco mil por año, lo de este
2016 suena a indigestión. La burbuja ha estallado. Muchas de las
subvenciones europeas no fomentan precisamente la profesionalización,
cualquiera que compre cien colmenas en su pequeña finca puede
solicitarlas y recibe 20 euros por cada una. «Nosotros queremos que se
mantengan para los profesionales porque el que hace daño al sector es el
que pone doscientas en su finca y se le mueren al año siguiente, pero
eso complica mucho a los que tienen que mover mil o dos mil». Hasta hace
cinco años, la inmensa mayoría de los apicultores era con antecedentes
familiares y en el caso de la provincia de Badajoz, por ejemplo, se
centraban en Fuenlabrada o Herrera. Ahora ya es raro el pueblo que no
tiene apicultores.
Al final, vaticina Babiano, será el propio mercado el que ponga
orden en la burbuja que ha estallado, pero de momento, la alta densidad
ganadera hace que cada vez sea más difícil encontrar asentamientos en
las fincas para los trashumantes de Fuenlabrada.
En Castilla y León, por ejemplo, han proliferado las ordenanzas
municipales con nuevos impuestos y más requisitos (se llegan a pedir
hasta declaraciones de impacto ambiental para los asentamientos de
colmenas) que en el fondo no es más que una forma de proteccionismo para
fomentar la apicultura local y acabar con la trashumancia.
El problema lo sufren, sobre todo, los apicultores de las Hurdes, que
comparten una ruta que empieza en agosto con la mielada de encina y
roble de Zamora y llegan hasta León. Babiano advierte de una amenaza
seria que pone en riesgo la forma de vida de su pueblo. La semana pasada
se reunión con el presidente Vara para pedirle que los servicios
jurídicos de la Junta defiendan a los trashumantes.
Elena Serrano con un bote de miel /
Brígido Fernández
En el sector extremeño tienen serias dudas de que ordenanzas
municipales puedan regular el uso de montes públicos o de fincas
privadas y establecer además criterios tan discriminatorios. No tiene
sentido, explican, que se grave y que encima, a los trashumante, le
multipliquen la tasa por cinco para ahuyentarles de los montes.
En este contexto no extraña los actos de vandalismo de la última
campaña, con robos y cierres de colmenas para matar a las abejas, según
denuncian en Montemiel.
La intranquilidad de tener la producción a 300 o 500 kilómetros de
casa se multiplica ahora y para muchos los geolocalizadores resultan
demasiado caros y poco efectivos porque no se puede poner uno a cada
caja.
Si la producción se ha complicado este año con la saturación de
colmenas y las altas temperaturas de verano, la comercialización también
tiene su caballo de batalla. Las importaciones chinas que tanto afectan
a otros sectores económicos también están incidiendo en la apicultura.
En el año 2014, uno de los mejores para la miel española, se cotizaba a
3,80 el kilo y la del gigante asiático a 1 euro. Ahora la nacional vale
2,40 el kilo y la oriental a 1,50.
La miel china de buena calidad se queda en Japón y a Europa se
importa la de peor calidad porque las normativas europeas son muy laxas.
El lobby industrial fijó unos rangos muy amplios de glucosa, azúcar y
fructosa, lo que abrió el abanico para que sustancias casi artificiales
puedan considerarse miel cuando en realidad no lo son. China vende a
industriales europeos a dos euros el kilo, cuando el coste de producción
de un apicultor español está en los 2,30 o 2,40.
En España, la mayoría de las cadenas de alimentación se nutren de
importaciones baratas y puede darse la paradoja de que muchos
consumidores desconozcan que llevan toda la vida sin tomar miel
auténtica aunque la compren en el supermercado. Si aquí se apreciara
igual que allí, explica Babiano, España no necesitaría importar. Se
producen 30.000 toneladas al año, las mismas que se consumen. Sin
embargo, aquí se consume la china o la ucraniana y la española se tiene
que exportar a mercados de calidad.
Carpinteria de Fuenlabrada cortando la madera para las colmenas /
Brígido Fernández
Para defenderse de esta competencia, los productores nacionales piden
fijar un etiquetado específico para que el consumidor sepa de dónde es
la miel que consume. Con esta competencia asiática, a la producción
española solo le queda los mercados como el francés y el alemán, donde
la miel es un alimento muy presente y valorado en su dieta. Incluso hay
revistas especializadas similares a las que se editan sobre vinos en
España.
El otro frente abierto es el sanitario. La varroa es un ácaro que
mata a las abejas y desde hace años hacen ensayos para ver los
tratamientos más eficaces. En Montemiel, José Antonio Babiano se encarga
de estos ensayos para mejorar los tratamientos.
Montemiel tiene 300 socios, es la cooperativa apícola más antigua de
Extremadura. La crearon en el año 1978 60 fundadores y desde entonces no
ha parado de ganar afiliados. Produce cada año entre 1.500 y 2.000
toneladas.
El 2016 se ha cerrado con 1.100 toneladas, un registro
excepcionalmente bajo, pero muestra clara del estallido definitivo de la
burbuja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario