lunes, 28 de noviembre de 2011

Bolivia. Meliponicultura

lunes 28 de noviembre de 2011
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Bandera Bolivia


REPORTAJES


Abejas, las obreras de la conservación ecológica

Hijas que asesinan a su madre, reinas que sobornan a sus subalternos por un poco de cera y zánganos que por holgazanes son condenados a morir de hambre y frío fuera de su hogar. ¿No le suena parecido a nuestro mundo?”, cuestiona Francisco Aguilera Peralta, un biólogo que asegura que una colmena está lejos de ser un mundo ideal.

Usando parámetros humanos, este profesional cruceño desnuda algunas de las peculiares prácticas que se manifiestan a diario en el interior de este universo de miel dominado por las abejas. Y así, por cuatro años y medio, Aguilera puso sus conocimientos al servicio del proyecto Sociedad de Meliponicultores Familiares Comunitarios. El emprendimiento, desarrollado en los municipios cruceños de San Carlos y Yapacaní, marca un hito en la extracción e industrialización de la miel de las especies nativas —en otras zonas se trabaja mayormente con abejas africanizadas— y en la preservación del ecosistema del área circundante al Parque Nacional Amboró, en riesgo por el descontrolado crecimiento de la agricultura y la ganadería.

Así, por ejemplo, los flamantes meliponicultores del área han iniciado de a poco la reforestación de las zonas que un día chaquearon con el objetivo de sembrar maíz, arroz o criar animales vacunos. Por estas razones, Francisco Aguilera se siente satisfecho. Las colmenas “no serán el mundo ideal que nos enseñaban en la escuela, pero sí nos pueden ayudar a que nuestro mundo sea mejor”.

Del arroz a la miel

A Eufrasio Quispe (30) no le agrada el nombre de su nuevo oficio: meliponicultor, persona que recolecta la miel. “Hasta ahora no puedo decir ese nombre”, confiesa.

Hace 11 años, Quispe dejó La Paz y se instaló en la comunidad Carmen Surutú con el sueño de convertirse en un respetado agricultor. Sin embargo, pronto el originario de la provincia Inquisivi se enfrentó a varias complicaciones para hacer realidad su meta.

Para transportar el arroz hasta Yapacaní, por ejemplo, cada año Quispe debe viajar en camión hasta el río Surutú, el que debe cruzar en canoa. De allí, el agricultor utiliza un carretón o una bicicleta para llevar su pesada carga. Todo le costaba 800 bolivianos por hectárea.
Ahora, Quispe, junto a otras 40 familias reunidas en la Asociación de Productores de Miel Nativa (Apromin), cuenta con una nueva alternativa para mejorar su economía a través de la meliponicultura. Si bien este paceño debe recorrer con el producto de las abejas la misma distancia al menos dos veces al año, el peso es menor y el ingreso, mayor. En una hectárea se pueden instalar como mínimo 10 nidos de abeja, las que al año producen entre 10 a 15 litros de miel. En las ferias, cada litro se vende a 200 bolivianos. Al año, el ingreso de Quispe sería de 2.000 bolivianos.

A ello se suma el hecho de que la miel de abejas melíferas es más cotizada que la de la especie africanizada, fácil de hallar en los mercados del país. Esto se debe a las facultades medicinales de las especies nativas, como la de la llamada señorita, cuyo producto se vende a 2.000 bolivianos el litro. Con todo, Eufrasio Quispe, que en la actualidad cuenta con 15 criaderos de abejas, espera que sus ingresos se incrementen este año a través del centro de acopio, almacenamiento, transformación y empaque que este mes de abril instaló Apromin en Yapacaní.

Dicha planta, que se constituye en la primera de este tipo en el país, contó con el apoyo de la Asociación Ecológica del Oriente (Aseo) —institución no gubernamental que introdujo el proyecto de meliponicultura el año 2001— y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Luchando en casa

Urbelinda Ferrufino es una ferviente defensora de la biodiversidad. Y con frecuencia, esa pasión la enfrenta a un sinfín de vicisitudes. “Nos costó mucho convencer a los comunarios sobre la meliponicultura. Cuando yo les hablaba de abejitas del monte que les mejorarían la vida y protegerían la naturaleza, ellos se reían. Incluso una de las autoridades amenazó con amarrarme al \'palo santo\' (tronco donde amarran a los delincuentes para ser picados por hormigas)”, recuerda la coordinadora de Aseo en el emprendimiento de meliponas en San Carlos y Yapacaní. El objetivo del proyecto agroforestal es el de frenar la irracional deforestación de los montes que circundan el Parque Amboró.

Una de las herramientas para lograr esa meta es el desarrollo de la meliponicultura, actividad que obliga a los comunarios orientales a preservar las especies forestales, frutales y florícolas, ya que sirven para el sustento de las abejas.

“Los habitantes de esta zona echan mano de todos los recursos naturales que los rodean y de forma irracional”. Y con ello, “impactan de tal manera el capital natural del área que este ecosistema no resistirá por mucho tiempo”, sentencia Ferrufino, mientras señala con el dedo la tierra erosionada que se muestra debajo de sus pies.

Según datos de esta organización, un 37 por ciento del área está en proceso de desertificación, lo que significa la pérdida irremediable de biodiversidad. Por su parte, la Prefectura cruceña sostiene que por cada hectárea chaqueada, el país pierde unos 60.000 dólares por la destrucción de recursos forestales y la desaparición de la fauna.
Actualmente unas 40 familias de cinco comunidades participan activamente de este proyecto de biocomercio. Este es un logro importante si se tiene en cuenta que la mayoría de los dirigentes sindicales campesinos se opusieron, por razones políticas, a su realización. Para Pablo Galindo Siancas (31) la oposición, en cambio, se instaló en casa. Dueño de tres hectáreas, Galindo fue uno de los primeros comunarios en iniciar el oficio de meliponicultura. Lo hizo con dos criaderos de abejas. Entonces “peleábamos mucho con mi esposa. Ella no creía que las abejas del monte daban plata. \'Mejor sembrá arroz\', me decía”, recuerda el agricultor de la comunidad Bolívar.
Sin embargo, “luego de consumir la miel de las abejas y de habernos curado de gastritis, es la que más me impulsa ahora para el negocio”.

Actualmente, la familia Galindo cuenta con 45 colmenas y planea llegar a las 100 hasta fin de año.
“Estaba a punto de tumbar los árboles de mi chacra para sembrar arroz, pero he visto que la miel es buen negocio”, reflexiona Pablo, quien, además, comenzó a sembrar en sus tierras plantas de mara.
“La verdad es que no entiendo muy bien eso de cuidar la biodiversidad, pero mi chacrita se ve más linda con tanto árbol”, concluye.

Las abejas en Bolivia

Las abejas forman un gran grupo dentro de la biodiversidad del planeta. Cuentan con unas 25.000 especies. De ellas apenas 400 pueden ser consideradas productoras de miel. Según datos de la organización Aseo, un 70 por ciento de las plantas que sirven de alimento a la humanidad y aproximadamente un 90 por ciento de los árboles nativos de los trópicos y subtrópicos del mundo dependen exclusivamente de las abejas nativas para su polinización.
A diferencia de sus pares africanizadas, que cuentan con aguijón, éstas no pican al ser humano, sólo se enredan en el cabello. En Bolivia, las abejas nativas se pueden encontrar en todo el oriente del país, el Chaco, los valles mesotérmicos y los Yungas. En la región circundante a Yapacaní se hallan 30 especies de abejas melíferas sin aguijón. Entre las más preciadas por su miel se hallan el ererú, el suro, la obobosi y la señorita. Todas ellas son consideradas medicinales. Las abejas melíferas construyen sus nidos en los más variados lugares, pudiendo éstos estar en cavidades de árboles o de nidos de mamíferos u otros animales que habitan en el suelo.

Atributo medicinal

La leyenda narra que una vez muerto, el año 323 a.C., el cuerpo de Alejandro Magno fue trasladado desde Babilonia hasta Alejandría sumergido en miel de abejas melíferas para evitar su descomposición. Para el biólogo Francisco Aguilera, esta historia no es casual, ya que el elixir de este tipo de abejas tiene bondades medicinales.

La miel de la especie señorita, por ejemplo, es utilizada para tratar las enfermedades de la vista, como cataratas. “Una gota en cada ojo y en unos meses la mejoría es notoria”, asegura. Hallada en las tumbas egipcias en vasijas tapadas, la miel de meliponas previene los cuadros anémicos y es un arma para combatir las várices. Además de antioxidante, sirve como laxante natural. Por otro lado, su polen es utilizado como tranquilizante. Mientras, el propóleo es usado como antibiótico, antiséptico y cicatrizante natural.

Fuente: Javier Badani Ruiz - Escape de La Razón


2 comentarios:

  1. Comparto esta posicion expresado por mos colegas bolivianos
    Saludos para Francisco Aguilera Peralta, mi profesor en el INPA, Brasil y gran conocedor de la meliponicultura

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