martes, 1 de febrero de 2011

La Pyme que no necesitó de hombres

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Universo Pyme

Comentaristas - Jueves, 20 de Enero de 2011
Eduardo Torreblanca Jacques

La Pyme que no necesitó de hombres

Una cooperativa de diez mujeres es castigada por un mercado en que los intermediarios comerciales buscan horas de anaquel más que calidad, y que pretenden ganar más de lo que han fijado los productores como su margen de utilidad.

La historia de este jueves tiene como baluarte a una cooperativa de diez valerosas mujeres que en diez años consiguieron 60 productos distintos vinculados todos con las abejas y su actividad productiva.

Mujeres que voluntariamente renunciaron a tener entre sus filas empresariales a hombres, que, desde luego, son parte importante de sus vidas y sus familias. Son importantes para ellas, pero no, no por favor, en el negocio.

La cooperativa que defiende la marca Cepramiel es una organización sólo de mujeres en una actividad de la que ninguna de ellas tenía conocimiento alguno: producción de miel y derivados de la actividad productiva de las abejas.

En 2005 iniciaron las que no sólo son mujeres, sino también son familia. Y su rechazo a incorporar a hombres al negocio deriva no de una compulsión alérgica hacia el sexo que les complementa, sino simple y sencillamente porque creen que no requieren de ningún apoyo del "sexo fuerte".

Será porque saben que en realidad el "sexo fuerte" es el que ellas representan, y el débil el de sus novios, tíos, padres o esposos.

Ése es, digamos, un detalle sin importancia en esta historia; pura anécdota.

Hoy esas mujeres, que comenzaron de cero el negocio, tienen a la oferta en el mercado 60 productos desde los de clara y tradicional necesidad, como la miel de abeja sin bautizo y sin cinco o seis conservadores, y los orientados a la salud, como propóleo, polen, cera de abeja y gomitas de propóleo, hasta aquellos que derivan en cuidado de la piel o del cabello.

Todo lo que ha surgido de 75 cajones de abejas europeas en Cuajimalpa, un apiario que nació a partir de los dos cajones, y todas en los cursos especializados que concede la UNAM. Porque ninguna de ellas sabía "ni pío" del arte de atender apiarios, zánganos y reinas.

Hoy cada una de esas mujeres tiene su especialidad, y su conocimiento se invierte en el crecimiento del negocio, que podría crecer más rápido si el consumidor fuera más exigente en lo que compra y fuera más dispuesto a pagar por calidad y no por margen de utilidad superior para la actividad del comercio que para la actividad de la manufactura.

Es decir: por vocación, estas mujeres determinaron no ofrecer productos bautizados (rebajados de calidad para concederlos a precios que ganan voluntades de compra) ni accedieron a agregarles colorantes o conservadores que les permitieran ingresar a los hipermercados en condiciones realmente poco dignas.





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