lunes, 11 de agosto de 2014

España. Dulce miel por Santa María

lunes 11 de agosto de 2014
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Bandera de España

Dulce miel por Santa María

Los apicultores pitiusos mantienen la tradición de cosechar sus colmenas por la festividad de la patrona de las Pitiüses

09.08.2014 | 17:00
´Pepe Frit´ sostiene un cuadro cargado de miel.
´Pepe Frit´ sostiene un cuadro cargado de miel. 
Como manda la tradición, José Antonio Cardona, Pepe Frit, lleva una semana cosechando la miel que producen las 70 colmenas que tiene repartidas por Eivissa: «Ahora se recoge prácticamente cada mes, pero antiguamente se hacía por Navidad, para usarla luego en la salsa de Nadal, y por Santa María», contaba ayer poco antes de enfundarse el traje de apicultor con el que recolectó el delicioso néctar con sabor a frígola de las 20 colmenas que cuida en una ladera de sa Vorera, con el Pla de Sant Antoni y la bahía de Portmany como telón de fondo y con el sonido de medio millón de abejas autóctonas cabreadísimas zumbando en torno a su cabeza. Hay que tener coraje para no salir por patas de allí.
Pepe Frit, de 45 años de edad, sabe que este es el periodo idóneo porque de niño vio a su padre, Vicent, y a su abuelo hacer lo mismo en esas fechas en la casa donde nació, en Can Vicent d´en Frit. A sus ocho años ya se atrevió a introducirse por primera vez en ese entorno tan hostil, en el que miles de himenópteros desean dejarte como un colador. Y eso imprime carácter: «Entonces no se llevaba todo este ropaje. La cabeza me la cubría con una tela metálica y una gorra encima. Y el resto del cuerpo, con ropa, con mucha ropa». Con 22 años, en 1991, decidió meterse de lleno en la apicultura, su principal afición. En 2004 ganó el primer premio de un concurso celebrado en Sant Miquel. «La de Navidad –especifica– sabe más a brezo y a romero, y tiene el punto picante del algarrobo. La que hoy cojo es de frígola, más clara y suave. Antaño se usaba para cuando tenías dolor de garganta».
El calor es sofocante, 34 grados al sol acentuados por la humedad. Dentro del traje de apicultor, aún más, unos 50 grados, pues la tela es gruesa y debajo hay que llevar pantalón vaquero largo y camisa de mangas largas por si los aguijones traspasan la primera capa. Los bordes de los guantes y de las botas se cierran herméticamente con celofán de embalaje para que no penetren los insectos, pues rebuscan tozudos hasta encontrar huecos minúsculos por los que acceder a los intrusos. Pepe Frit aguanta hora y media en esa sauna, de la que se sale completamente empapado, chorreando. Y eso es mucho tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta que ha trabajado de ocho de la tarde a ocho de la mañana y que a esas horas, las 10, aún no ha echado ni una cabezada.
Le da tiempo para extraer con una espátula (que un herrero le creó ex profeso) los cuadros móviles de siete colmenas que rezuman miel, de las que esa jornada espera obtener unos 40 kilos, «a kilo y medio por litro», su peso específico. Tras elegir las más llenas y desechar aquellas en las que ya crían los pollos, las introduce en su furgoneta y se las lleva a su casa, donde dispone de una estancia habilitada para extraer y preparar la miel.
Su padre y abuelo «rompían a trozos las colmenas, hacían con ellas unas bolas y las exprimían a mano hasta sacarles la última gota». Ahora es mucho más fácil. Pepe Frit, al igual que los modernos apicultores pitiusos, coloca cada cuadro móvil en un extractor, un cilindro metálico cuyo eje interior rota gracias a un motor (hasta hace un año José Antonio usaba una manivela). La fuerza centrífuga hace el resto: el néctar acaba lanzado a las paredes y se desliza por ellas hasta el depósito inferior, de donde se saca por un grifo. En la habitación, inmaculada, vuelan algunas abejas que han llegado junto a los cajones: «Pero ya no pican aquí», calma a su interlocutor Pepe Frit, que luego vuelca el dulce líquido en el madurador, otro depósito en el que se filtran las impurezas.
Cardona confiesa que su afición se basa, esencialmente, en el cuidado de las abejas, porque apenas prueba la miel, solo para paladear la producción de su ganadería. El propóleo, con el que las abejas desinfectan sus celdillas y se defienden de los intrusos, sí lo usa cuando le molesta la garganta, a palo seco, sin agua ni edulcorado con miel. Como manda, dice, la tradición.

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