Las abejas vuelan con impaciencia cuando las personas se acercan a sus colmenas.
SAN SEBASTIÁN – Atrás quedó el pueblo de
Lares, y ahora rodamos cuesta abajo por una empinada pendiente entre
paisajes de ensueño y un bosque casi inalterado por el hombre, camino a
encontrarnos con unas criaturas que no se cansan de servir al ser
humano. El camino alguna vez tuvo brea encima, pero de ese tiempo apenas
le quedan algunos parchos dispersos. Mientras más bajamos, más dudas
surgen de cómo subiremos luego.
Eventualmente nuestra caravana se detiene en un
claro. Sólo los vehículos todoterreno pueden continuar. Seguimos nuestra
ruta atravesando un túnel de bambúes y otros árboles, mientras la
Naturaleza nos acoge con su inmensa variedad. Llegamos a nuestro
destino, en lo profundo del bosque. A la distancia se ven las casitas
que sirven de colmenas para las abejas que visitaremos. Pero antes que
nada, hay que vestirse adecuadamente, porque los pequeños insectos son
fieros defensores de su hogar. Como astronautas
El grupo de seis apicultores que acompañamos a
revisar esta colmena en el barrio Juncal, de San Sebastián, nos
suministra unos uniformes para poder acercarnos. Mientras nos ponemos
los trajes y los ajustamos, es inevitable la comparación a un astronauta
o uno de esos científicos que entra a un lugar altamente contaminado.
El traje cubre todo el cuerpo, incluyendo brazos y piernas. Tiene además
la capucha con el velo que cubre la cabeza y el rostro. Finalmente, nos
colocan unos gruesos y largos guantes que sellan a la altura del codo.
Como una medida adicional, donde acaba el pantalón, lo sellan a las
botas con cinta adhesiva. De inmediato me percato de que hacer las
anotaciones con esos guantes va a ser mucho más complicado de lo que
imaginaba. Uno de los apicultores bromea diciendo que “los están
embalsamando como a Tutankamón”.
“Son abejas africanizadas. Son muy defensoras, y
se cuelan por cualquier agujerito para picarte”, explica Jorge
Quiñones, presidente de la Federación de Apicultores Puertorriqueños
Sustentables. “Ellas van a defender su casa. Es como si llegara a tu
casa y empiezo a trastear tu refrigerador. ¿Te molesta, verdad? Pues a
ellas le molesta que trastees su casa”, añade Jorge, asegurando que por
lo demás se trata de “insectos pequeños e inofensivos”, que hacen
muchísimo por el ser humano.
Antes de continuar, verifican todas las medidas
de seguridad: que los trajes estén bien puestos, que los equipos para
echar humo funcionen, y que llevan todas las herramientas para trabajar
en los panales y las cubetas para colectar la miel si es el caso. Luego
se aseguran de hidratarse, puesto que una vez estén en el apiario, “no
hay ‘break’”.
Jorge explica que el tema de la seguridad es
fundamental para lidiar con las abejas y que nunca se debe entrar al
apiario solo, sino con al menos otra persona que conozca de abejas y
tenga algo de experiencia en manejarlas. “No queremos accidentes en el
apiario. Dependemos uno del otro desde que nos estamos poniendo los
uniformes”.
El ahumador se adelanta a las colmenas. Su misión es fundamental para mantener a las abejas lo más calmadas posible.
“Tenemos que chequear las colmenas, porque hay
mucho calor y las abejas están afuera”, comenta Jorge, al tiempo que
explica que la abeja africanizada tiene una feromona que funciona como
señal de alarma y que al activarla envía un mensaje a las mejores
guardianes para que salgan a defender la colmena.
Una vez estamos junto a las colmenas, algunas
abejas empiezan a zumbar a nuestro alrededor. Manuel Fuentes, el
propietario de este apiario, es el que manipula las casas de las abejas.
“Vamos a trabajar en el mantenimiento del
apiario. Vamos a verificar si hay miel para cosechar, si hay alguna
enfermedad, si hay que cambiar alguna caja”, dice Manuel.
Acto seguido comienza a desmontar una colmena.
Primero le echan una bocanada de humo y esperan un ratito. Entonces saca
un cuadro, abarrotado de abejas. Adherido a la tapa de la colmena,
encuentran propóleo, otro de los productos beneficiosos que generan las
abejas, además de la miel, la jalea real, la cera y el polen.
“Está precioso esto”, exclama Manuel mientras
sostiene el cuadro y lo revisa. Muestra un área sólida con polen, así
como unas celdas llenas de “miel pura, operculada”. Vuelo de advertencia
A nuestro alrededor las abejas comienzan a volar
con impaciencia, como si nos hicieran una advertencia. Los apicultores
debaten por un instante si van a colectar la miel, y concluyen no
hacerlo en ese momento, porque al cortar el panel se puede derramar
miel, lo que atraería a abejas de otra colmena y “comenzaría un pillaje”
porque intentarían llevarse esa miel a sus colmenas.
A medida que pasan los minutos manipulando las
colmenas, más se inquietan las abejas. El zumbido ahora gana intensidad y
ahora además de volar a nuestro alrededor, también se posan y tratan de
penetrar el traje. Una de ellas de alguna forma logra superar la
protección y entra al velo de Manuel y comienza a volar alrededor de su
rostro. El apicultor, sin embargo, sigue revisando las colmenas como si
nada ocurriera.
“Nunca se paren en la entrada (de la colmena), en
lo que llaman la piquera, porque te pueden atacar”, nos advierten.
“Siempre se manipula por detrás”.
Las abejas, explica Jorge, producen grandes
beneficios para el ser humano. Para empezar, son responsables de
polinizar más del 80 por ciento de las frutas y vegetales que
consumimos. Y luego producen la miel, cera, polen y propóleo, todos
productos beneficiosos con usos alimenticios, medicinales y en la
industria cosmética.
“La apicultura y la agricultura tienen que ir de
la mano, en un buen balance, para tener una buena producción”, dice
Jorge. “Pero lo malo es que, por cuidadosos que seamos aquí, que no
usamos químicos ni nada de eso, si alguien por ahí usa insecticidas,
pues a afecta a las abejas. Si los agricultores usan pesticidas e
insecticidas, pues les afecta”.
Esa situación ha llevado a un preocupante declive
de las abejas a nivel internacional. Ese declive está generando gran
preocupación para los agricultores, a los que cada vez se les hace más
difícil encontrar polinizadores. Puerto Rico, por cierto, no está ajeno a
esta calamidad.
Revisan otra colmena, repitiendo la operación de
abrirla y sacar un cuadro. En este caso, aún están terminando de
construir el panal. En uno de los paneles, incluso vemos a la joven
reina.
“Es una colmena saludable. Mira la cantidad de
abejas con polen. Si todas las colmenas fueran así, sería excelente. Eso
es lo que estamos tratando de lograr con este apiario”, comenta Manuel.
“Esto es un ejemplo de una buena apicultura con abejas africanizadas”.
Estas abejas, por cierto, llegaron en cargamentos
en la década del 1990, y terminaron desplazando a las abejas europeas
que habían sido introducidas antes en la Isla. Hoy día, además de estar
en los apiarios, no es raro que formen algún enjambre en algún lugar no
deseado. Los apicultores recomiendan a quien se encuentre con un
enjambre en su casa que contacte a la Federación de Apicultores o algún
otro grupo de apicultores para que vayan al lugar y lo retiren. Insisten
en que no las maten, por la importancia que tienen. Este año nada más
ellos han retirado cientos de enjambres. Trabajan solas
La próxima colmena, de hecho, surgió de uno de
esos enjambres recuperados, explicó Manuel. Contrariamente a las otras,
ésta no tiene paneles. Pero las abejas han levantado un impresionante
conjunto de panales, perfectamente organizado, colgando desde la tapa.
“Esto demuestra que la abeja puede trabajar sola. Nosotros las ayudamos
un poquito y cosechamos lo que nos dan. Pero ellas pueden hacerlo
solas”, dice Manuel.
Nuestra presencia, sin embargo, parece haber
superado el límite de tolerancia de las abejas por ese día. Su
incomodidad es tal que ya zumban por cientos a nuestro alrededor y
algunas incluso se lanzan contra el traje y el velo como si fueran
pequeños kamikazes. El humo ya no parece tener el efecto esperado. Es
hora de retirarse. Los pequeños insectos nos escoltan con su impaciente
zumbido por un tramo bastante largo. A Manuel, la abeja que se le coló
en el velo, le deja de recuerdo el aguijón en una oreja.
Las recompensas que dejan las abejas, sin embargo, hace que valga la pena cualquiera de esos inconvenientes.
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