sábado, 11 de julio de 2015

España. Crónica: Entre miel, zumbidos y picadas

sábado 11 de julio de 2015
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Bandera de España

Crónica: Entre miel, zumbidos y picadas

Un día en el trabajo de un grupo de apicultores en San Sebastián

Las abejas vuelan con impaciencia cuando las personas se acercan a sus colmenas.
SAN SEBASTIÁN – Atrás quedó el pueblo de Lares, y ahora rodamos cuesta abajo por una empinada pendiente entre paisajes de ensueño y un bosque casi inalterado por el hombre, camino a encontrarnos con unas criaturas que no se cansan de servir al ser humano. El camino alguna vez tuvo brea encima, pero de ese tiempo apenas le quedan algunos parchos dispersos. Mientras más bajamos, más dudas surgen de cómo subiremos luego.
Eventualmente nuestra caravana se detiene en un claro. Sólo los vehículos todoterreno pueden continuar. Seguimos nuestra ruta atravesando un túnel de bambúes y otros árboles, mientras la Naturaleza nos acoge con su inmensa variedad. Llegamos a nuestro destino, en lo profundo del bosque. A la distancia se ven las casitas que sirven de colmenas para las abejas que visitaremos. Pero antes que nada, hay que vestirse adecuadamente, porque los pequeños insectos son fieros defensores de su hogar.
Como astronautas
El grupo de seis apicultores que acompañamos a revisar esta colmena en el barrio Juncal, de San Sebastián, nos suministra unos uniformes para poder acercarnos. Mientras nos ponemos los trajes y los ajustamos, es inevitable la comparación a un astronauta o uno de esos científicos que entra a un lugar altamente contaminado. El traje cubre todo el cuerpo, incluyendo brazos y piernas. Tiene además la capucha con el velo que cubre la cabeza y el rostro. Finalmente, nos colocan unos gruesos y largos guantes que sellan a la altura del codo. Como una medida adicional, donde acaba el pantalón, lo sellan a las botas con cinta adhesiva. De inmediato me percato de que hacer las anotaciones con esos guantes va a ser mucho más complicado de lo que imaginaba. Uno de los apicultores bromea diciendo que “los están embalsamando como a Tutankamón”.

“Son abejas africanizadas. Son muy defensoras, y se cuelan por cualquier agujerito para picarte”, explica  Jorge Quiñones, presidente de la Federación de Apicultores Puertorriqueños Sustentables. “Ellas van a defender su casa. Es como si llegara a tu casa y empiezo a trastear tu refrigerador. ¿Te molesta, verdad? Pues a ellas le molesta que trastees su casa”, añade Jorge, asegurando que por lo demás se trata de “insectos pequeños e inofensivos”, que hacen muchísimo por el ser humano.
Antes de continuar, verifican todas las medidas de seguridad: que los trajes estén bien puestos, que los equipos para echar humo funcionen, y que llevan todas las herramientas para trabajar en los panales y las cubetas para colectar la miel si es el caso. Luego se aseguran de hidratarse, puesto que una vez estén en el apiario, “no hay ‘break’”.
Jorge explica que el tema de la seguridad es fundamental para lidiar con las abejas y que nunca se debe entrar al apiario solo, sino con al menos otra persona que conozca de abejas y tenga algo de experiencia en manejarlas. “No queremos accidentes en el apiario. Dependemos uno del otro desde que nos estamos poniendo los uniformes”.
El ahumador se adelanta a las colmenas. Su misión es fundamental para mantener a las abejas lo más calmadas posible.
“Tenemos que chequear las colmenas, porque hay mucho calor y las abejas están afuera”, comenta Jorge, al tiempo que explica que la abeja africanizada tiene una feromona que funciona como señal de alarma y que al activarla envía un mensaje a las mejores guardianes para que salgan a defender la colmena.
Una vez estamos junto a las colmenas, algunas abejas empiezan a zumbar a nuestro alrededor.  Manuel Fuentes, el propietario de este apiario, es el que manipula las casas de las abejas.
“Vamos a trabajar en el mantenimiento del apiario. Vamos a verificar si hay miel para cosechar, si hay alguna enfermedad, si hay que cambiar alguna caja”, dice Manuel.
Acto seguido comienza a desmontar una colmena. Primero le echan una bocanada de humo y esperan un ratito. Entonces saca un cuadro, abarrotado de abejas. Adherido a la tapa de la colmena, encuentran propóleo, otro de los productos beneficiosos que generan las abejas, además de la miel, la jalea real, la cera y el polen.
“Está precioso esto”, exclama Manuel mientras sostiene el cuadro y lo revisa. Muestra un área sólida con polen, así como unas celdas llenas de “miel pura, operculada”.
Vuelo de advertencia
A nuestro alrededor las abejas comienzan a volar con impaciencia, como si nos hicieran una advertencia. Los apicultores debaten por un instante si van a colectar la miel, y concluyen no hacerlo en ese momento, porque al cortar el panel se puede derramar miel, lo que atraería a abejas de otra colmena y “comenzaría un pillaje” porque intentarían llevarse esa miel a sus colmenas.
A medida que pasan los minutos manipulando las colmenas, más se inquietan las abejas. El zumbido ahora gana intensidad y ahora además de volar a nuestro alrededor, también se posan y tratan de penetrar el traje. Una de ellas de alguna forma logra superar la protección y entra al velo de Manuel y comienza a volar alrededor de su rostro. El apicultor, sin embargo, sigue revisando las colmenas como si nada ocurriera.
“Nunca se paren en la entrada (de la colmena), en lo que llaman la piquera, porque te pueden atacar”, nos advierten. “Siempre se manipula por detrás”.
Las abejas, explica Jorge, producen grandes beneficios para el ser humano. Para empezar, son responsables de polinizar más del 80 por ciento de las frutas y vegetales que consumimos. Y luego producen la miel, cera, polen y propóleo, todos productos beneficiosos con usos alimenticios, medicinales y en la industria cosmética.
“La apicultura y la agricultura tienen que ir de la mano, en un buen balance, para tener una buena producción”, dice Jorge. “Pero lo malo es que, por cuidadosos que seamos aquí, que no usamos químicos ni nada de eso, si alguien por ahí usa insecticidas, pues a afecta a las abejas. Si los agricultores usan pesticidas e insecticidas, pues les afecta”.
Esa situación ha llevado a un preocupante declive de las abejas a nivel internacional. Ese declive está generando gran preocupación para los agricultores, a los que cada vez se les hace más difícil encontrar polinizadores. Puerto Rico, por cierto, no está ajeno a esta calamidad.
Revisan otra colmena, repitiendo la operación de abrirla y sacar un cuadro. En este caso, aún están terminando de construir el panal. En uno de los paneles, incluso vemos  a la joven reina.
“Es una colmena saludable. Mira la cantidad de abejas con polen. Si todas las colmenas fueran así, sería excelente. Eso es lo que estamos tratando de lograr con este apiario”, comenta Manuel. “Esto es un ejemplo de una buena apicultura con abejas africanizadas”.
Estas abejas, por cierto, llegaron en cargamentos en la década del 1990, y terminaron desplazando a las abejas europeas que habían sido introducidas antes en la Isla. Hoy día, además de estar en los apiarios, no es raro que formen algún enjambre en algún lugar no deseado. Los apicultores recomiendan a quien se encuentre con un enjambre en su casa que contacte a la Federación de Apicultores o algún otro grupo de apicultores para que vayan al lugar y lo retiren. Insisten en que no las maten, por la importancia que tienen. Este año nada más ellos han retirado cientos de enjambres.
Trabajan solas
La próxima colmena, de hecho, surgió de uno de esos enjambres recuperados,  explicó Manuel. Contrariamente a las otras, ésta no tiene paneles. Pero las abejas han levantado un impresionante conjunto de panales, perfectamente organizado, colgando desde la tapa. “Esto demuestra que la abeja puede trabajar sola. Nosotros las ayudamos un poquito y cosechamos lo que nos dan. Pero ellas pueden hacerlo solas”, dice Manuel.
Nuestra presencia, sin embargo, parece haber superado el límite de tolerancia de las abejas por ese día. Su incomodidad es tal que ya zumban por cientos a nuestro alrededor y algunas incluso se lanzan contra el traje y el velo como si fueran pequeños kamikazes. El humo ya no parece tener el efecto esperado. Es hora de retirarse. Los pequeños insectos nos escoltan con su impaciente zumbido por un tramo bastante largo. A Manuel, la abeja que se le coló en el velo, le deja de recuerdo el aguijón en una oreja.
Las recompensas que dejan las abejas, sin embargo, hace que valga la pena cualquiera de esos inconvenientes.

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